miércoles, 12 de junio de 2013

Alrededor del parque



Me tomó por asalto la madrugada, lo cuál creo que por fortuna no es menester de muchos. Es como esas cosas raras que abundan por todos lados; cuando ves, por supuesto. Porque no todo el mundo ve aunque si muchos miran.

Así la elucubración de la noche, cuando vas para allá y regresas para acá porque de lo contrario podrías perfectamente quedarte estático, es decir, podrías incluso pasar desapercibido, imperceptible al radar humano, al sentimiento de la dicha o la desdicha. Así el caso de quien llamaremos Lucho, ex deportista consagrado que luego que el tiempo ejerciera sobre él su marca indeleble caminaba con cierta dificultad por el sobrepeso acumulado con los años. Difícil, si no imposible sacarle un contacto visual, el cuál reservaba a su más cercano círculo que no eran más que tres.

Lucho, quien en un par de ocasiones ofreció un par de fiestas memorables, escapó del mundo de la juerga a una edad relativamente temprana. no sin antes llevar consigo las marcas indelebles de esa vida discipada. El abuso del alcohol y las drogas dejaron huellas imborrables en su rostro. Si bien con los años había recobrado la lozanía de una mirada fresca; su interior era siempre comparable con un volcán en vías de erupción.

Se planteaba ante sí un camino extraño, algo que no conocía porque lo demás le resultaba tan conocido, tan transitado que misterio no encontraba. Observó su pierna derecha la cuál le dificultaba caminar con más rapidez, luego pensó para sí si apoyarse más en la izquierda le resultaría beneficioso. Supo en el instante que lo único que aliviaría su pasividad sería caminar y caminar; lo cual hizo y se echó a andar y andar.

Luego de recorridos los primeros cien pasos tuvo la impresión que después de todo su habilidad para caminar había mejorado ostensiblemente, el malestar de la rodilla empezaba a desaparecer. Continuó su trayecto hasta llegar al parque que estaba más allá del centro de la ciudad. De repente sintió como si el tiempo en realidad no existiese. Se quedó allí observando, solo viendo pasar las imágenes que le repetían las veces que estuvo allí, la foto cuando niño, el laberinto y la mujer con quien visitó por última vez ese parque.

Pasaron quince minutos que le parecieron treinta. Recordó que al otro lado del parque se reunian unos jóvenes a jugar ajedrez. Quizá ya estén viejos -se dijo- iré a ver, algo nuevo podrán enseñarme.




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