miércoles, 11 de septiembre de 2013

Oliver




Oliver Cross se sentó en una de las esquinas del sótano que comprendía su pequeño apartamento. El estado de Michigan es lo más al norte que le había sido posible trasladarse. Generalmente no le gustaba llegar al sótano pero, esa mañana había recordado las tres cajas donde guardaba parte de sus recuerdos. Exactamente lo que deseaba era ver una vez más a Oliver Cruz Galdámez su nombre de bautizo y el cual lo había cambiado por el de Cross para insertarse en el mundo anglosajón.

Michigan es un estado frío al igual que su gente predominantemente nórdica. Oliver encajó a la perfección; pero esa mañana bajó al sótano, lo pensó una, dos, hasta tres veces sentado en su taburete hasta darse cuenta que uno de sus calcetines tenía una rasgadura mas arriba del talón de aquiles. Se inquietó porque si por algo era conocido era por el minucioso cuidado en los detalles.

Años antes había prendido fuego a una de las cajas con sus recuerdos por lo que aún le quedaban tres. Hasta el día en que se vió con el calcetín roto se dijo hoy es el momento. Se dirigió hacia la otra esquina y abrió la caja marcada con el número tres.

Estaba dispuesto y decidido, sabía que en esa caja encontraría a Yamika Johnson la escultural morena mayor que él tres años a quien conoció en la Universidad de Brigham Young a mediados de los años ochentas; a dónde llegó luego de ganar una beca para jugar baloncesto propiciada por la Iglesia de los Santos de los Últimos Días.

Largo todo aquello, todo un trayecto; tanto como la distancia que lo separaba de su tierra natal. Un pequeño país centroamericano del cuál pretendía no tener relación alguna.

Acercó el taburete y abrió la caja; efectivamente allí estaba Yamika y él sonrientes en plena juventud. Sentados en las gradas de la casa de la familia Johnson donde tantas veces Yamika lo recibía con gelatinas y lo atendía por las lesiones relacionadas con el juego. Hasta aquel día del golpe en la cabeza que cambió todo por completo.

Cuando vió su foto no pudo más que recorder la forma como ella lo había estado observando, cosa que en ese tiempo Oliver no prestaba atención, principalmente por su concentración en el juego. Después de ese golpe en el entreno y de aquella contusión cerebral jamás volvió a ser el mismo. Su dificultad de concentración se hizo cada vez más latente, su imposibilidad para compaginar las ideas y la mirada perdida en un punto fijo dificultarían su nivel de interacción social.

Yamika siguió cantando en el coro de la iglesia, años después se casó con un corredor de bienes raices de Utah. A Oliver Cruz Galdámez lo vieron un par de meses más en la biblioteca Harold B. Lee, hasta desvanecerse por completo.

Oliver Cross cerró la caja y condujo hasta un predio baldío que se encontraba a dos millas de distancia. No sacó nada de la caja, tan solo le prendió fuego. A su regreso solo traía consigo un calcetín con una rasgadura arriba del talón y el tic en el brazo izquierdo.