miércoles, 19 de diciembre de 2012

Pasaje 8



Cruzar los límites de lo permisible por el hombre debería convertirse en un hecho cotidiano. Hacer algo nuevo cada día, emprender una nueva tarea. Cruzar una frontera desde lo conocido a lo desconocido. Es de allí que pasar al pasaje 8 era otro mundo, ese saber, sin conocer a otras personas acerca de su existencia; era poner un paso más allá de lo permitido.

De tal manera que en el pasaje 8 podrías encontrar una gran variedad de personas, las cuáles aún de alguna manera u otra, aún perviven en el recuerdo. Recuerdo que se mueve al unísono con el tiempo.

El pasaje 8, era un lugar diferente, distante y cercano a la vez. En la primera casa de la izquierda vivían los Caballero, eran varios hermanos y hermanas, no sé cuantos, creo que cuatro o cinco. Tenían un árbol inmenso en la entrada el cuál adornaban para las navidades. Roberto era el encargado de arreglarlo, mientras Inés, su hermana dirigía como lo quería. A la par, vivía 'cien años de soledad' quien había recibido el nombre de la famosa obra como apodo, porque se decía que había nacido antes de la creación del mundo.

Al otro lado, en frente estaban los Galdámez que eran 6 hermanos, el tocayo era el mayor de ellos, persona amable y de buenos modales quien, luego de un par de copas se convirtía en José Luis Perales. En la casa siguiente estaba un muchacho que no recuerdo el nombre, era contemporáneo pero su mamá  había sido monja y nunca le dejó tocar un balón, sólo un piano al que le sacaba una nota de vez en cuando.

Regresando al lado izquierdo, estaba Anselmo que podías verlo salir a pasear su perrito cooker spanish por las noches. Después los acuerdos lo mataron, a Anselmo; quien sabe por qué o para qué. La siguiente vivienda era la mejor de todas, era como una casa que alguién llevó desde otro lugar y la puso allí; era totalmente diferente.  Allí vivió 'pucha' que logró revertir su fiero alcoholismo. Esa casa tenía un muro pequeño sobre el cual había un espacio engramado que tenían, así como un detalle de madera que había en el cielo de esa casa. Era el lugar más iluminado, no había otro. Luego seguía 'el asado' un hombre que quizás había tenido dificultades en la etapa de su crecimiento, estaba amargado, al menos eso parecía. Manejaba una moto 250 que no concordaba con su figura escualida.

En frente vivía la tía Margarita que era la más cariñosa de las tías. Cuando sus nietas llegaban se la pasaba uno tan contento que no nos quedaba tiempo para darnos cuenta si allí habían pericos o gatos. Rodrigo, el tío Rodrigo, igual no se quedaba atrás, era de tez blanca y mostacho poblado que caminaba como echando los pies hacia afuera, siempre llevaba corbata y saco oscuro.

La siguiente casa era la de Irving, que fue a la militar por seis meses y salió a tiempo de allí o lo salieron, quien sabe. Era mayor que la edad nuestra pero luego de liberarse de su militancia castrense se dedicó a darnos entreno basketbolístico, según él y según nosotros; pues nos aplicaba entrenamientos con rigor de cuartel, en noviembre y diciembre, allá en la escuela que estaba al subir la colina.

Al final, la última casa era la de la 'chapina' que tenía un corredor grande protegido por malla de ciclón donde había una hamaca, una mesa de madera y seis sillas de cordones plásticos. Vendía cerveza, al por menor y mayor; nunca conoció ese lugar un toque de queda ni ley seca. Allí se respiraba tan irresponsablemente libertad que en su momento fue el mejor lugar del mundo.

Así pues, de esta manera, de esta forma, dejo constancia que hemos cruzado una barrera, un límite del tiempo y el espacio en el cuál hemos cambiado los nombres a las imágenes, más no su semejanza ni su concordancia, con hechos reales en una tarde con viento.



jre




No hay comentarios:

Publicar un comentario