miércoles, 20 de noviembre de 2013

Plática con Andrés Escartin




Por un momento pensó que el silencio se rompió en el instante que colocó la barra de incienso pero hubo de pensarlo dos veces, si acaso tan solo para decidir si había sido eso o el sonido de las campana del timbre.

Bajó al recibidor al tiempo que se colocaba el abrigo pues era una mañana nublada de noviembre. La puerta tenía una cortina sobre el vidrio que permitía ver hacia el exterior. Era Andrés en persona. Parecía más alto que nunca, pero tras de sí llevaba un aire de misterio que no le había visto antes.

Pero vamos, pasa -le dijo Vladimir prontamente- qué milagro, hacía diez años que no nos veíamos. Sí, es cierto -replicó- desde aquella vez en Barstow, creo que fue en el 2001, por suerte dejastes tu dirección en el domicilio anterior, el 3044 de Twain Blvd. Allí me dijeron como encontrarte.

Vladimir se consideraba el más afortunado por su presencia, que quiso hacerlo sentir cómodo. No pudiste venir en mejor momento, recién ayer recibí por correo unos tabacos irlandeses que sé te gustaran. Subieron las escaleras de madera vista, que a cada paso parecían dar tonos musicales para el buen oidor.

Andrés es un tipo que habla mucho, principalmente cuando encuentra un buen interlocutor o mejor dicho un buen escucha. Siempre habla desde la experiencia que en su caso es mucha. Se conocieron a mediados de los noventa cuando ambos se aficionaron al montañismo amateur.

Minutos más tarde llegó Gertrudis, la vecina del apartamento contiguo que anda por sus treinta y tantos. Ella, al ver la puerta abierta quiso pasar a saludar, aunque no era fín de semana, que era el día en el cual podría llegar con comodidad.

Andrés en un instante dejó escapar todo su mundo que lleva encima con un solo gesto. Soy Andrés Escartin -le dijo- dando un paso hacia ella. Y yo Gertrudis pero me dicen Ger, los dejo solos para que platiquen, mucho gusto. Andrés la observó retirarse con cierta pulcritud. Era su costumbre.

Mirá, dime y aparte de encontrarte con personas encantadoras y de vivir en una calle de nombre tan sugestivo como Hawk que más haces. Pues nada - dijo Vladimir, mientras se frotaba su cabello rojizo- vivir y disfrutar que más he de hacer; además Ger es solo una amiga con quien los fines de semana compartimos en la terraza una taza de café. Además, aunque no me creas, me parece que está loca. Todos lo estamos- dijo Andrés en tono reflexivo-.

Vladimir intuyó que la pregunta estaba por venir, lo sabía. Dime y hoy que haces - bueno, ya que lo preguntas y como bien sabes, no me considero una persona quiescente. Actualmente estudio la relación de luz y sombra, sus efectos; aparte que también estoy incursionando en relojería.

La plática se extendió por el largo de dos horas hasta que Andrés le pidió que lo acompañara al centro de la ciudad. Vladimir le mostró su mesa de trabajo sobre la cual se encontraban dos relojes en los cuales estaba trabajando. Lo siento amigo, me quedo en casa tengo mucho que hacer; además tengo una cita con una cliente esta tarde.

Aún que el tiempo pasara ambos seguirían siendo los mismos. Su manera de medir la distancia y el espacio lo aprendieron en la cima.

Lo acompañó a la puerta, sonaron las campanitas de viento con forma de casitas chinas, cuando Andrés Escartin dijo <<el futuro es todo aquello que aún no ha sido dicho>>. Y se fue, era su costumbre, nunca llegaba con las manos vacías.







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