sábado, 16 de marzo de 2013

Iris



Creyó sin dudarlo haber disfrutado en más de alguna ocasión un par de cafés con Iris, tanto así que en ocasiones parecía retornar a su pensamiento; es más lo que en realidad ansiaba era desocuparse del par de pastores alemanes que consumían gran parte de su energía.

Pero Iris era más que eso, más que el tiempo mismo. Regresaba de vez en cuando para cantar una canción, o sea que tenía como costumbre volver en los momentos más precisos de su existencia. No quedó registro de su apellido así que buscarla no consumiría el deseo de recordarla ó mejor aún describirla.

Se conocieron durante el desayuno inaugural de una nueva compañía dedicada a las comunicaciones que estaba ubicada en la esquina entre Maryland y Russell. Si bien como suele suceder, la primera impresión no fue tan duradera, especialmente cuando el número de asistentes era elevado en un principio. Ella estaba sentada en primera fila mientras él situado cinco filas atrás parecía sostenerse fiel a su creencia de no comprometerse demasiado con nada ni con nadie.

Días más tarde, luego de romper el hielo los unos con los otros, empezó a notar cierta afinidad con Iris, mujer de cabellos lisos que al caminar ondulaban como olas en marea de leve viento. Se dió cuenta entonces que había empezado a observarla como en cámara lenta algo que más adelante aprendería y perfeccionaría.

Al tiempo que los días pasaban, Iris fue dando muestras de un interés auténtico por él,  se detenía a menudo a saludarle, hacía intentos de conversación mientras nuestro amigo, por su parte, parecía a veces atónito, casi sordo sin serlo; no había notado, como suele suceder, la pista que de haber sido investigador la hubiese captado al instante.

Así las cosas un día coincidieron a la hora del almuerzo y de igual manera dos días después tuvieron ocasión de compartir la mesa. En esta ocasión ella estaba leyendo un libro sobre técnicas de comunicación, carrera que estudiaba en el college y que a su parecer le abriría las puertas que necesitaba en el futuro. La plática transcurría y con cierta pena más que disimulo él trataba de evitar ver su escote que de repente se mostraba como algo tan obvio. Iris cerró el libro, tengo que irme  -dijo- voy por mi niño a la escuela. Rodrigo, por su parte, sabía que en realidad Iris empezaba a sentirse más cómoda con él y la sostuvo con una pregunta ¿qué edad tiene? 8 dijo ella, al tiempo que se sentaba de nuevo, se llama Robert como mi padre, le dijo, casi elevando el tono de voz y haciendo más agradable su marcado acento español pues era hija de madre española y padre mexicano. Sabes que con mi hijo todas las noches cantamos una canción que se llama 'Ain't no mountain high enough', ¿la conoces? -si, replicó Rodrigo sin contarle que había trabajado durante un tiempo en una disquera inmensa que estaba en el centro de la ciudad.

Contra lo que Rodrigo hubiese querido, Iris encontró rápidamente una nueva posición en una mejor empresa. No quedaron registros de teléfonos, ni direcciones, sólo el recuerdo de sus cabellos, de su marcado acento y la duda siempre flotante, de cuál era su versión favorita si la de Michael McDonald o la de Diana Ross, para cantarla algun día por la noche.




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