jueves, 2 de enero de 2014

Billy, Bob Y Tommy van al centro




Despierto teniendo en mis manos hierbas y tierra de un lugar donde nunca estuve.
                                                                                                            Jorge Teillier


Cuando llegaron al centro, Billy, Bob y Tommy, quienes movidos por un anuncio en el periódico que decía "Se necesitan jóvenes para trabajar en vacaciones" nunca creyeron ni jamás imaginaron de qué se trataba. Cruzaron en la esquina del parque Libertad hacia el sur, la dirección decía casa número tal, frente a la Sociedad de Contadores Públicos Certificados. A un par de metros antes de llegar, aparece un grupo de otros muchachos menos jóvenes que quizá movidos por una necesidad similar habían llegado más temprano. Llevaban las manos llenas con licuadoras, planchas y radios pequeños. El trabajo consistía en vender electrodomésticos en plan casa por casa.

No había forma de saber, ni siquiera se lo preguntaron. Billy, Bob y Tommy corrieron como pudieron huyendo de aquello que a sus ojos era la cara de la moneda de una fortuna adversa. Se detuvieron nuevamente frente a la esquina donde estaba el cine, cruzaron el parque hasta llegar al escaparate de la tienda de artículos deportivos. Tommy que se tomaba todo a pecho se quejó -debe tratarse de una broma de mal gusto, no les parece?, el anuncio no decía nada de salir a vender ni mucho menos andar tocando puertas. Bob con quien se conocían desde los cinco años no paraba de reirse, y por qué te enojas si ni siquiera entramos. Billy observaba tras la vitrina una pera, de las que usan los boxeadores para entrenar. Le fascinaba la sola idea de colgarla en su pequeño cuarto y según él al levantarse cada mañana, darle uno, dos, tres izquierdas y entonces un derechazo antes de desayunar.

Les pareció que el precio era caro, cientocincuenta morlacos era mucho, pensaron que todo era caro, hasta que te das cuenta que nada lo es. Optaron por bordear la manzana hasta que se vieron en el propio centro. No sabían usar las herramientas asi que mejor se metiron en la tienda de música que estaba en la esquina y donde Paul Simon tocaba 'Fifty ways to leave your lover'.

Siguieron sus pasos, pasaron de largo la Iglesia porque Billy decía que ahí asustan. No se dieron cuenta que, hacía doscientos años españoles, árabes, judíos, alemanes e italianos ya se habían tomado el centro. Aún no llegaban los chinos, pero llegarían.

Se detuvieron donde Molina que vendía cintorones de cuero que parecía fino, de un tal señor de nombre afrancesado Pierre Cardin. En la esquina una casa verde albergaba una tienda de telas fabricadas con algodón nacional e importado. Enfrente había una edificación grande en la cual los fines de semana se planificaban peleas de gallo a puerta cerrada.

Caminaron más hacia arriba, pasaron la farmacia, los ferreteros, los que vendían pintura, que por cierto estaba por tener su mejor época porque la gente tenía la creencia que cada fin de año había que pintar la casa. Pasaron el gran centro de comunicaciones donde lo único que había era un gran mostrador café y tres dependientes, cinco casetas telefónicas. Lugar que recibía el nombre de telégrafo. Esquina opuesta un edificio muy bonito, lleno de consultorios médicos y en la planta baja un establecimiento de jugos naturales, una peluquería y una venta de paquines y revistas del gráfico; que fue bautizado con el nombre de un poeta y que después se cayó.

Pero lo que más los motivó fue el almacen inmenso que estaba más adelante, todo en un mismo edificio, de otro más listo. Telas, música, deportes, cristalería y hasta un par de libros fácil de encontrar, cafeterías, perfumes y electrodomésticos que los habían echado a correr.

Veinte años después conocí a Tommy quien me contó esta historia. Billy jamás puso un pie en una Iglesia y Bob más de alguna vez boxeo. Cumplió su sueño y cada mañana al despertarse, uno, dos, tres de izquierda y un derechazo para terminar.













miércoles, 20 de noviembre de 2013

Plática con Andrés Escartin




Por un momento pensó que el silencio se rompió en el instante que colocó la barra de incienso pero hubo de pensarlo dos veces, si acaso tan solo para decidir si había sido eso o el sonido de las campana del timbre.

Bajó al recibidor al tiempo que se colocaba el abrigo pues era una mañana nublada de noviembre. La puerta tenía una cortina sobre el vidrio que permitía ver hacia el exterior. Era Andrés en persona. Parecía más alto que nunca, pero tras de sí llevaba un aire de misterio que no le había visto antes.

Pero vamos, pasa -le dijo Vladimir prontamente- qué milagro, hacía diez años que no nos veíamos. Sí, es cierto -replicó- desde aquella vez en Barstow, creo que fue en el 2001, por suerte dejastes tu dirección en el domicilio anterior, el 3044 de Twain Blvd. Allí me dijeron como encontrarte.

Vladimir se consideraba el más afortunado por su presencia, que quiso hacerlo sentir cómodo. No pudiste venir en mejor momento, recién ayer recibí por correo unos tabacos irlandeses que sé te gustaran. Subieron las escaleras de madera vista, que a cada paso parecían dar tonos musicales para el buen oidor.

Andrés es un tipo que habla mucho, principalmente cuando encuentra un buen interlocutor o mejor dicho un buen escucha. Siempre habla desde la experiencia que en su caso es mucha. Se conocieron a mediados de los noventa cuando ambos se aficionaron al montañismo amateur.

Minutos más tarde llegó Gertrudis, la vecina del apartamento contiguo que anda por sus treinta y tantos. Ella, al ver la puerta abierta quiso pasar a saludar, aunque no era fín de semana, que era el día en el cual podría llegar con comodidad.

Andrés en un instante dejó escapar todo su mundo que lleva encima con un solo gesto. Soy Andrés Escartin -le dijo- dando un paso hacia ella. Y yo Gertrudis pero me dicen Ger, los dejo solos para que platiquen, mucho gusto. Andrés la observó retirarse con cierta pulcritud. Era su costumbre.

Mirá, dime y aparte de encontrarte con personas encantadoras y de vivir en una calle de nombre tan sugestivo como Hawk que más haces. Pues nada - dijo Vladimir, mientras se frotaba su cabello rojizo- vivir y disfrutar que más he de hacer; además Ger es solo una amiga con quien los fines de semana compartimos en la terraza una taza de café. Además, aunque no me creas, me parece que está loca. Todos lo estamos- dijo Andrés en tono reflexivo-.

Vladimir intuyó que la pregunta estaba por venir, lo sabía. Dime y hoy que haces - bueno, ya que lo preguntas y como bien sabes, no me considero una persona quiescente. Actualmente estudio la relación de luz y sombra, sus efectos; aparte que también estoy incursionando en relojería.

La plática se extendió por el largo de dos horas hasta que Andrés le pidió que lo acompañara al centro de la ciudad. Vladimir le mostró su mesa de trabajo sobre la cual se encontraban dos relojes en los cuales estaba trabajando. Lo siento amigo, me quedo en casa tengo mucho que hacer; además tengo una cita con una cliente esta tarde.

Aún que el tiempo pasara ambos seguirían siendo los mismos. Su manera de medir la distancia y el espacio lo aprendieron en la cima.

Lo acompañó a la puerta, sonaron las campanitas de viento con forma de casitas chinas, cuando Andrés Escartin dijo <<el futuro es todo aquello que aún no ha sido dicho>>. Y se fue, era su costumbre, nunca llegaba con las manos vacías.







miércoles, 13 de noviembre de 2013

El mágico, un mago




" Me gustaría reencarnarme en mí mismo, pero con más sentido de la responsabilidad." JG

La frase de Jorge González es por si muy elocuente. Y a quién no le gustaría volver a nacer y seguir siendo uno mismo. con algunas ligeras variantes que nos permitirían hacer mejor las cosas.

 En realidad no me sorprendió el merecido homenaje que se le ha hecho a Jorge "el mágico" González. Si he acompañado la noticia con cierta dosis de emoción, con alegría por este coterráneo, contemporáneo y singular personaje.

Al mago, a quien también llamaron 'bruja, cachanflaca' hasta convertirse en 'el mágico'; lo ví jugar en varias ocasiones aunque la que más recuerdo fue una jugada suya en un partido celebrado en San Salvador en 1979. Se enfrentaban el FAS de Santa Ana y el Olimpia de Paraguay por la Copa Libertadores de América que terminó quedándose en manos del conjunto guaraní. El mágico recibe un pase afuera de los dieciseis cincuenta y por hacer una jugada de mas pierde el balón, los que allí estábamos nos lamentábamos cuando de repente de taco se hace un autopase que eleva la número cinco por sobre cuatro defensores. La intervención de uno de los defensas impide la anotación pero la jugada se quedó para el recuerdo de quienes lo vimos.

Cosas así era lo que acostumbraba a hacer este fuera de serie y le llamo así, porque pertenece a una generación de jugadores hoy extinta. Esa misma, que años mas tarde llevaría a El Salvador a estar presente en el ultimo mundial de fútbol en el que se participó.

Al mágico, lo ví una vez más de cerca en un entreno en la UCA antes del Mundial en 1982. Luego años mas tarde uno procuraba sintonizar las cadenas deportivas para saber que había hecho el mágico en su club Cádiz. Donde por cierto una de sus anotaciones figura en la lista de los diez mejores goles de todos los tiempos en La Liga Española.

De tal manera el club Pachuca de la liga Mexicana lo coloca en su lista avalada por FIFA como uno de los más grandes exponentes del fútbol mundial junto a otras notables figuras.

Surgirán sin duda nuevas personalidades en otras disciplinas que sobresalgan de ese pequeño país. Más por su tesón o disciplina, por su perseverancia o individualidad; por su genialidad. Pero jamás habrá, o pasarán muchos años para que veamos una vez más al mágico ... un mago.





 Imágenes: Jorge "El Mágico" González y Selección de Fútbol de El Salvador 1982.
 
 


miércoles, 11 de septiembre de 2013

Oliver




Oliver Cross se sentó en una de las esquinas del sótano que comprendía su pequeño apartamento. El estado de Michigan es lo más al norte que le había sido posible trasladarse. Generalmente no le gustaba llegar al sótano pero, esa mañana había recordado las tres cajas donde guardaba parte de sus recuerdos. Exactamente lo que deseaba era ver una vez más a Oliver Cruz Galdámez su nombre de bautizo y el cual lo había cambiado por el de Cross para insertarse en el mundo anglosajón.

Michigan es un estado frío al igual que su gente predominantemente nórdica. Oliver encajó a la perfección; pero esa mañana bajó al sótano, lo pensó una, dos, hasta tres veces sentado en su taburete hasta darse cuenta que uno de sus calcetines tenía una rasgadura mas arriba del talón de aquiles. Se inquietó porque si por algo era conocido era por el minucioso cuidado en los detalles.

Años antes había prendido fuego a una de las cajas con sus recuerdos por lo que aún le quedaban tres. Hasta el día en que se vió con el calcetín roto se dijo hoy es el momento. Se dirigió hacia la otra esquina y abrió la caja marcada con el número tres.

Estaba dispuesto y decidido, sabía que en esa caja encontraría a Yamika Johnson la escultural morena mayor que él tres años a quien conoció en la Universidad de Brigham Young a mediados de los años ochentas; a dónde llegó luego de ganar una beca para jugar baloncesto propiciada por la Iglesia de los Santos de los Últimos Días.

Largo todo aquello, todo un trayecto; tanto como la distancia que lo separaba de su tierra natal. Un pequeño país centroamericano del cuál pretendía no tener relación alguna.

Acercó el taburete y abrió la caja; efectivamente allí estaba Yamika y él sonrientes en plena juventud. Sentados en las gradas de la casa de la familia Johnson donde tantas veces Yamika lo recibía con gelatinas y lo atendía por las lesiones relacionadas con el juego. Hasta aquel día del golpe en la cabeza que cambió todo por completo.

Cuando vió su foto no pudo más que recorder la forma como ella lo había estado observando, cosa que en ese tiempo Oliver no prestaba atención, principalmente por su concentración en el juego. Después de ese golpe en el entreno y de aquella contusión cerebral jamás volvió a ser el mismo. Su dificultad de concentración se hizo cada vez más latente, su imposibilidad para compaginar las ideas y la mirada perdida en un punto fijo dificultarían su nivel de interacción social.

Yamika siguió cantando en el coro de la iglesia, años después se casó con un corredor de bienes raices de Utah. A Oliver Cruz Galdámez lo vieron un par de meses más en la biblioteca Harold B. Lee, hasta desvanecerse por completo.

Oliver Cross cerró la caja y condujo hasta un predio baldío que se encontraba a dos millas de distancia. No sacó nada de la caja, tan solo le prendió fuego. A su regreso solo traía consigo un calcetín con una rasgadura arriba del talón y el tic en el brazo izquierdo.







jueves, 29 de agosto de 2013

Ventura




No llevo paraguas ni tampoco soy inglés, que me guste la puntualidad o lo puntual es otra cosa.

Del desacato se ha dicho poco, mas de la inocencia se habla mucho. Si ves bien, nadie es inocente porque todos desacatan. Nadie hace lo que quiere, porque da miedo.

Ventura es el segundo de cuatro hermanos de tez ceniciento, fuma cigarros baratos, lleva sombrero de fieltro. No sé si sabe escribir ni mucho menos sé si lee. Es el segundo después de Manuel (que también lleva sombrero) debe haber nacido como en 1910 aproximadamente. Le sigue el otro de quien no sé el nombre; luego está Antonia, todos hijos de La Elena.

Elena hace un arroz amarillo exquisito, usa solo implementos de barro en su cocina; el comal es inmenso a fuego de leña. Tiene un reloj de pared que suena igual.

Manuel trabaja la carpintería. Hace finos trabajos en madera. El otro murió joven por una descarga de dinamita, en el paso entre Lourdes y Colón. La Toñita, aparte de comprarle los zapatos a los niños cuidaba a una gringuita en Sherman Oaks quien después se hizo hippie.

Ventura no es abuelo, llega a ver a los niños al tiempo; dice que son huele pega. Ellos que son inquietos lo entienden, solo lo ven; ya están grandes.

 Toñita tuvo un stroke, cuando lo ve llora y ríe al mismo tiempo, le guarda la foto. Los niños la quieren pero ella más a ellos, siempre es así.

Ventura regresa una vez más, el sombrero es el mismo, curtido por el humo y el tiempo. Le sirven un arroz que no le gusta y cómo si no es amarillo.

Pide que lo lleven a su casa, pasan por donde antes había cafetales. Coloca su índice sobre su boca como si quisiera agregar algo más; no lo dice. Llegan a su destino. Ventura no habla, lo ha dicho todo, tan solo pone su mano sobre la copa del sombrero. Es la última vez.





jueves, 22 de agosto de 2013

Chirajo, una breve historia sin contar




Habrá que empezar por decir que vengo de un lugar donde se usa mucho las palabras con 'ch', como por ejemplo 'chera(o)' que significa amiga(o), ó chichicaste que es una planta. En fín, no se trata aquí de todas las palabras con ch que se puedan encontrar, no terminamos hoy.

Conocí a Chirajo en 1975. Pero primero habrá que explicar qué es chirajo; chirajo es una palabra del lugar, que denota ó significa arapo, es deir un trapo, algo que ya está sucio o que ha tenido mucho uso; eso es chirajo.

Entonces fuí contemporáneo de Chirajo y de su hermano Casadey, de quienes no recuerdo sus nombres ó más bien solo los conocí por sus apodos. Pero he de explicar también sobre Casadey; Casadey fue un jugador de fútbol argentino que llegó a jugar a uno de los 'clubes más importantes' del país. De allí el sobrenombre.

Con estos hermanos fuí compañero de escuela tres años. Estaban en séptimo cuando yo en sexto y vivían de 200 a 300 metros de mi casa.

Casadey era el más llevadero, el más chero y Chirajo no, era bastante reservado de apariencia desgarbado y quien al parecer era objeto de bromas por parte de sus compañeros. Con los años se fueron a estudiar a Santa Tecla, una ciudad contigua a la capital que hoy dicen es el mismo centro.

Pasó el tiempo y llegaron los años ochenta, una de las épocas más oscuras para un joven ó quizás, más afortunado dependiendo desde donde puedes contar la historia.

Así que a finales de 1981 sus padres hicieron un esfuerzo adicional para sacar a sus dos hijos del país. Las condiciones eran deplorables, autobuses cuyos asientos eran nada más que la lata y sin ventanas por las quemas. Bombas y principalmente desapariciones a la orden del día. Que cuando uno vive con eso en el día a día se acostumbra, es decir convivís con el miedo que da igual. Algo asi como que el que ha sido soldado, deja de serlo pero sigue corriendo como soldado.

Pues bien, sus padres planean el viaje, compran los boletos de avión, todo listo y, justamente un día antes salen los dos hermanos a celebrar con los vecinos. Entre ellos un subtenientío que vivía en la misma cuadra, que portaba arma cuando andaba fuera de servivio y a quien al calor de la celebración se le fué un tiro.

Al día siguiente sólo Casadey pudo salir del país. Chirajo, su hermano, una breve historia sin contar.




martes, 20 de agosto de 2013

Suerte ó experiencia, tú escoges




 Tiene suerte dicen los terceros, tan sólo es cuestión de suerte dicen los otros.

La experiencia por su parte es otra cosa, algunos dicen que es comprada; a saber. Me da la impresión que la experiencia es intangible. Nadie sabe que la tiene hasta que es puesta a prueba. Por ejemplo hay hombres que una mujer con experiencia es capaz de monitorearles su ritmo respiratorio; imaginate que poder. Mientras que el hombre ciego de los lados no, porque carece (no todos por supuesto) de la capacidad de ver de soslayo. Su ángulo visual es demasiado rectilíneo.

Pero por suerte, aún no he alcanzado a comprender la psique femenina. Esto ha de deberse a mi falta de experiencia en ese campo. Lo que sí te puedo contar hoy, es la experiencia que tuve hace un par de días la cual por suerte es favorable.

Así que me dirigía hacia mi trabajo temprano, para estar a buena hora. Iba bajando aunque yo quisiera pensar que voy subiendo; cuando el que conduce lo hacía con todo el respeto que las leyes de tráfico ameritan, cuando de súbito el carro que llevaba a la derecha hizo una maniobra inesperada, de manera abrupta, propia de alguien que podría decirse sin experiencia. Afortunadamente lo ví (el carro) justamente a escasos cinco centímetros de distancia por lo cual ambos nos ahorramos el malestar de impedirle el derecho de libre tránsito a los demás, si ambos nos hubiésemos accidentado.

Más adelante y más bien por curiosidad que por otra cosa, alcancé al susodicho que no era tal sino que susodicha. Dos señoras de la tercera edad que continuaban con lo que parecía ser una amena plática, completamente absortas de lo que sucedía alrededor.

Y el más reciente acto de la fortuna ó la suerte si lo prefieres fue el domingo. Ese día llovió como se debe, y generalmente no tomo el freeway que son vías de acceso rápido; y no lo hago precisamente por mi costumbre de evitar el tráfico. Pero ese día lo hice y ya al salirme hay una curva pronunciada, antes de tomar la calle regular sobre la cuál y por las condiciones climáticas estaba lisa. Así que el carro del que conduce derrapó, primero hacia el centro de la calle, luego quizo controlarlo y viró sin control en dirección del muro de contención. Parecía que de un momento a otro el vuelco no se haría esperar porque a continuación se vió envuelto en un giro de 180° sobre su eje, que por suerte no venía carro en esa dirección. porque entonces un tercero podría decir que qué mala suerte.

Entonces, por experiencia, tomar nota: el agua y el aceite no se mezclan.